viernes, 24 de enero de 2014

Tinieblas.



El automóvil corría alocadamente, la carretera tenía el piso mojado y resbaladizo, las ruedas patinaban más que rodaban.


El joven conductor , con una expresión amarga, aferraba con fuerza y  rabia el volante, pisando el acelerador.

No veía apenas nada, la cabeza le daba vueltas. Igual que cuando de pequeño se mareó en una noria en la feria.

-No, no.

De vez en cuando sus labios entreabiertos se apretaban en una mueca de rabia.

-No, no. Musitaba.

El sonido del motor seguía tercamente, pero se perdía en su mente. El muchacho seguía en igual actitud. Su frente sudaba abundantemente formando un pequeño reguero que se perdía debajo de sus gafas de miope para después reaparecer.

-No, no.

Las luces de la ciudad se dibujaban a lo lejos, fijas unas, palpitantes otras, vivientes en la oscuridad  que lo envolvía todo, puntos luminosos que insensibles presenciaban el deambular del tiempo, el peregrinaje de la humanidad.

El coche seguía su marcha  a fuerza de rutina.  Sin embargo, algo surgió de la negrura y cortó la loca carrera.

                              II.

El tocadiscos sonaba  en la agradable estancia , el joven estaba recostado en el butacón con la cabeza echada hacia atrás y caída ligeramente a un lado.

Varias y encendidas cicatrices le surcaban el rostro, antes bellamente viril, unas gafas oscuras , impenetrables ocultaban sus ojos.

La canción seguía sonando y su pecho se aceleraba con la evocación que esta melodía le despertaba.

Un perfil vivo estaba impreso en su mente, una figura femenina dulce y tierna  deambulaba sonriente en su imaginación.

Se pasó la mano por su cara y recordó aquel día  aciago que rompió su ilusión en mil pedazos y cambió su vida de una forma radical.

Un nombre le vino a la boca pero lo reprimió , sintió un punzante picor en sus ojos debajo de los vendajes y esbozó una triste sonrisa.

                              III.

Una joven mujer de ojos verdes, cabello negro y figura esbelta  hacía la maleta. Iba a la capital de provincia donde había nacido, a la casa de su tía a pasar la Semana Santa y también a recuperar lo que había dejado escapar.

En su imaginación flotaba la figura de un hombre que hacia muchos  meses que no veía . Sus labios se entreabrieron y acariciaron un nombre.
 
La maleta estaba repleta , la cerró y  sacó un bolso de viaje  ya lleno;  fue hacia el tocadiscos  y por la habitación se esparció una melodía con unos recuerdos asociados. Los recuerdos se hicieron más vivos.

                              IV.

La procesión pasaba al redoble de los tambores que desgarraban el aire en un mortuorio llanto de dolor. Los anónimos penitentes pasaban en silencio.

Una lejana saeta se dejaba oír.  Las personas se apiñaban para ver la procesión , al final del gentío la joven  divisó la figura que desde hacía mucho tiempo tenía en la mente .

Un amigo había insistido en que saliera y aunque no tenía demasiadas ganas accedió , lo tenía  sujeto por el brazo , no veía la procesión pero le confortaba oír el repìqueteo insistente de los tambores.

A su espalda oyó la voz de  una mujer  querida  que reconoció inmediatamente  diciendo   su nombre , casi se confundía con el murmullo de la muchedumbre, pero en su corazón la oyó nítidamente.  El joven  se volvió . Ella se llevó una mano a la boca  sorprendida al verlo de frente, abrió desmesuradamente sus ojos que clavó en la cara del hombre y retrocedió.

Por medio de la calle Jesús Nazareno con la cruz a cuestas  pasaba lentamente .






         




                                     
                   






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