Era
un alumno simpático, gracioso, inquieto y muy hablador pero
también espontáneo
y
sincero cuando le pillabas en una trastada.
Era
de los que dicen sí a todo y luego hacen casi siempre lo que
quieren , a no ser que
se
le “ate corto”, se esté pendiente de él. Quizá eso era lo
que buscaba, pero partiendo
de
ahí, la cosa consistía en “darle carrete” e ir pidiéndole
responsabilidades según
fuera
cometiendo errores.
A
mí me caía muy bien Miguel y, como yo notaba que la simpatía era
mutua , me
divertía
soltar la cuerda y esperar.
Podría
enumerar mil travesuras de Miguel , algunas tan graciosas que me
costaba no
reírme
cuando le pedía explicaciones. No me las negaba y siempre
terminaba la
conversación
prometiéndome que no lo haría más, promesa que nunca cumplía,
en
parte.
Digo en parte porque la frecuencia de sus travesuras era cada vez
menor y ,
como
decirlo, de más baja intensidad.
Una
mañana , que estaba explicando en la pizarra el mínimo común
múltiplo, estaba
muy
inspirado hablando . Yo era consciente que se requería silencio y
concentración
para
atender a esa explicación. Me volví rápidamente, me quité las
gafas de miope y
acercando
mi cara a la suya le miré fijamente a los ojos.
-
¡Profe tienes un ojo de cada color!
-¿Cómo?
– dije desconcertado.
Se
acercaron otros alumnos a comprobar el descubrimiento y corroboraron
que el
diagnóstico
de Miguel era correcto.
Así
me enteré de mi heterocromía.
Cuando
acabó la clase comprobé que, efectivamente, tenía un ojo verde
y el otro
marrón.
Yo siempre había tenido los ojos verdes. ¿Qué había pasado?
Recordé que varios meses atrás me había caído corriendo, haciéndome un buen
chichón en la ceja izquierda con inflamación y derrame en el ojo. Cómo no me afectó
en la visión no fui al médico, pero ante esta noticia...
Según
el oftalmólogo todo estaba bien, sólo que ese traumatismo
había ocasionado
el cambio de color del iris.
el cambio de color del iris.
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