Me
llamaba todos los días, casi a la misma hora , cuando oía su voz
rejuvenecía
mi espíritu.
Su risa desenfadada y la alegría que transmitía era un bálsamo
para mí.
Un
día no oí su risa y me entristecí. Las llamadas dejaron de ser a
diario, extrañaba
su alegría
y mi cuerpo anciano no lo aguantó , mi salud se resintió.
-¡Perdona
, padre!
-¡Qué
alegría hija!
Se
fue una y llegaban dos.
El
abrazo casi aplasta al bebe que llevaba en brazos.
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