Corría
delante de mí pareciendo que huía , pero al mismo tiempo
volviéndose y
haciéndose
el remolón cuando veía que se distanciaba , meneando la cola
constantemente
para animarme a seguirle. Pareciera que me sacara de paseo y no al
contrario.
Mi
edad no era para gastar las energías que aún me quedaban en paseos
excesivos, la
artritis
me mordía las articulaciones y tenía que dosificar los esfuerzos.
Cuando
llegaba la hora venía a buscarme y me miraba de frente esperando un
gesto,
salía
a la calle respirando el aire con fruición y animándome a caminar.
Era mi
compañero
que definitivamente me sacaba de paseo y alargaba mi , ya menguada,
agilidad.
Me
ponía a leer y se colocaba a mis pies apoyando su cabeza en las
patas delanteras,
mirándome
de vez en cuando , sus ojos almendrados brillaban con inteligencia.
Con él
nunca
me sentí solo.
Cuando
me acostaba se echaba al lado de la cama, encima de la alfombra y
estaba
toda
la noche junto a mí, por la mañana se acercaba y pedía caricias
que eran una
terapia
para mis deformadas manos , el calor de su cuerpo y la tersura de su
pelo me
aliviaban
con una sensación de bienestar y vida.
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