Conducía el coche por la carretera CV140, que va desde La Volta a la rotonda de la Creu, pasando por el Hotel Peñíscola Plaza Suite, desde allí al Centro de Salud de Benicarló, a la Plaza de la Constitución, a la calle Jacinto Benavente y a la calle Alquerìa del Poaig donde llevaba a mi mujer al fisio.
Hacía este recorrido dos veces a la semana desde hacía mes y medio, esto despertó en mí la curiosidad sobre esta cruz, tan bien cuidada, en medio de esta rotonda.
L’Assagador de la Creu está en medio de la rotonda pasado el hotel, data del siglo XV, es un símbolo espiritual popular que estaba en el Cami Vell que une Peñíscola con la ciudad vecina de Benicarló, conserva el basamento y la gradería, respeta la construcción y la orientación original, indicando segùn la dirección el nombre de una localidad u otra, está sobre un soporte de un metro de altura recubierta con piedra en seco. La cruz policromada es una reproducción de la original de la que se conservaban tres trozos de la que destruyó un rayo en 1910 y el paso de la Guerra Civil.
Esta cruz es la primera que saluda al viajero que viene de la AP7 por la salida hacia Benicartó y accede a Peñiscola por la antigua zona comercial Costa Azahar.
Llegaba a la clínica de fisioterapia y, mientras terminaba la sesión, esperaba sentado en un banco del parquecillo que hay al principio de la calle, de aspecto descuidado, de tierra muy apisonada y compactada, enmarcada perimetralmente por árboles. Frontalmente doble hilera formada por plátanos que dan sombra y hace la espera agradable, acompañada con la lectura de un libro, en esos momentos leía Clave de Luna de David Moreda Arzo, un autor castellonense.
En el otro banco de madera que había, separado unos cuatro metros del que yo estaba sentado, solían ponerse cuatro personas mayores, tres con problemas de movilidad, un hombre con una silla de ruedas y tres mujeres, una que empujaba el carrito y de las otras dos, una que llevaba un andador y la otra que la acompañaba.
No reparé más en ellas, hasta que un día oí como la acompañante hablaba con una cadencia particular, como desgranando una oración, entrecortada , en alñgun momento, por lo que parecía un llanto quedo, que quería salir pero que la mujer estrangulaba antes de desarrollarse completamente y que sonaba como un arrullo triste, de pena lejana.
La mujer que hablaba tenía la tez morena, bien parecida, con una belleza exótica hispana madura, de vida interior serena y con arrugas que parecían surcos labrados por días de trabajo y esperanzas no siempre realizadas, de estatura mediana, con el pelo largo brillante y negro con incrustaciones blancas en el nacimiento, llevaba una bata de flores rojas sobre fondo azul marino y unos pantalones negros.