La mirada de los niños es cándida y serena, confiada y deseosa de descubrir el mundo, tienen unos ojos limpios, reflejo de un cerebro inocente.
La de los jóvenes brillante, de esperanza, osada como la de los descubridores, reflejando la energía de su naturaleza. Pero no es una norma general, la juventud proviene de la adolescencia, el mundo revuelto. Si este tránsito no ha desembocado bien, ese mundo interno revuelto se refleja en una mirada indecisa vacilante, huidiza. Si hablamos de personas que ha transitado a la violencia su mirada es fría, irascible o torva.
Las personas adultas suelen tener la mirada decidida, mirando a los ojos del interlocutor, valiente, como personas en pleno auge de su vida y en el desarrollo de su profesión, haciendo su camino y desarrollando su proyecto de vida y persiguiendo sus objetivos.
También hay adultos con otras actitudes, personalidades y comportamientos con otras miradas acordes con su vida. para Cicerón, el rostro es el espejo del alma , y los ojos, sus delatores.
La de los mayores es muy variada y refleja la historia de cada persona. Puede ser resignada, serena, a veces temerosa o vacía. La vida con sus circunstancias y acontecimientos nos siembra de arrugas el rostro modelando nuestra mirada, es el sello de nuestras vivencias, nuestros actos y sentimientos.
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