- No sé qué hacer, todo se complica, solo
quiero ayudar.
- Qué te pasa,
exactamente, con María?
Los dos hombres
están sentados en una mesa frente a frente. El espacio es amplio y desde el
rincón donde se encuentran dominan todo el salón. Las sillas, los sillones y los sofás
combinados perfectamente en los distintos apartados abiertos dan una cierta
privacidad sin necesidad de separación física.
Las sillas y los sillones son de madera color
caoba con tapizado de color rojo y los sofás de dos plazas con el mismo
color de la madera y del tapizado hacen un contraste espléndido con el suelo de
mármol blanco en el que casi se reflejan. Al fondo una escalera de madera, con los peldaños cubiertos con una alfombra roja y una fina barra de metal dorado sujetándola en el vértice de cada escalón, que
gira a la izquierda con el pasamanos sujeto al suelo con una barandilla formada por unos balaustres torneados y finamente decorados con filigranas. El primero que ha hablado es, lo que se
llama ahora de forma eufemística, de la tercera edad, una edad indefinida para
el que la quiere adivinar en la que todavía se posee fuerza para emprender y
realizar. Tiene el rostro preocupado y apoyada la barbilla en su mano derecha
que abarca toda la mejilla hasta las patillas de las gafas que rozan las yemas
de los dedos, su cara bonachona es redonda y colorada, puede ser por el calor o
por el azoramiento que significa confesar a su amigo su preocupación, con
grandes entradas y ojos brillantes e inquisidores, de mirada fija en el
compañero de mesa detrás de unas gafas que rematan una cara sincera que da
confianza. El otro hombre joven y atento a las explicaciones del primero como
lo demuestra su cuerpo inclinado hacia delante, el pelo negro y los ojos
oscuros, tiene el rostro enjuto y la tez morena, delgado y aunque está sentado
se adivina alto y bien proporcionado, con una expresión de serenidad y
equilibrio que transmite a quien lo tiene enfrente.
- No quiero
romper los sueños de nadie.
- Por qué dices
eso?
- María tiene
unas condiciones innatas para la música, su sensibilidad no se aprende, la voz
se puede educar, pero el sentimiento nace del interior, se expresa con el
cuerpo, con el andar, con la inflexión de la voz, con la expresión de la cara,
con la elegancia del porte.
- Conozco a María
y sé que no puede tener mejor profesor que tú. ¿Tienes dudas sobre ella?
- No, no se trata
de ella, es la familia.
- ¡Vaya, la
familia! El eterno problema.
El profesor de
María es un reputado pianista que regenta una academia donde enseña a tocar
distintos instrumentos y también da clases de canto.
María es su
alumna más aventajada, ya ha participado en distintos festivales locales y
regionales y es bastante conocida en la ciudad.
El compañero de
mesa es director de orquesta y amigo del profesor. El director de orquesta,
Rodrigo, fue alumno del profesor en su niñez hasta que ingresó en el
conservatorio dónde destacó por sus conocimientos musicales y después,
profesionalmente, por las dotes de dirección a pesar de su juventud, respetado
por todos los componentes de la orquesta sinfónica titular de la Comunidad,
incluido el profesor de su niñez, pianista de la orquesta, del que siempre
escucha sus consejos y aprecia como su padre musical.
Ahora el viejo profesor, ya jubilado, se
sigue dedicando a la enseñanza musical que, según dice, le da la vida ver
como sus alumnos progresan y se ilusionan cuando al final del curso
cantan y tocan en público en el teatro de la ciudad.
Rodrigo mira con
ternura a su viejo profesor y recuerda sus prisas por triunfar en la música
cuando le ofrecieron participar en la formación de un conjunto. Su consejo fue:
“prepárate, estudia y si luego te atrae la música ligera, adelante”. Recuerda
la lucha del profesor por tranquilizarle y encauzarle para que preparara el
ingreso al conservatorio y que cursara los estudios para capacitarse y
concienciarle que sin la seguridad que da sentirse preparado es precipitarse al
vacío.
- La familia, mal
aconsejada, quiere lanzarla antes de tiempo. Para llenar un auditorio de mil
personas tienes que haber llenado antes diez veces una sala de cien.
-Qué vas a hacer?
El profesor le
mira fijamente entrecerrando los ojos y esboza una sonrisa.
Rodrigo se
sonroja ligeramente y sonríe con complicidad, comprendiendo.
-